Inteligencia ArtificialLos avances en biotecnología, edición genética, tecnologías de la información, inteligencia artificial (IA) y nanotecnología se presentan como una promesa de mejoras sustanciales en la vida cotidiana. Pero el enorme potencial de todas estas disciplinas tiene su contracara. Una manipulación excesiva o equivocada podría cambiar de manera drástica no solo el planeta, sino, incluso, la humanidad misma. ¿Contamos con mecanismos de resguardo suficientes para que no se pierda de vista el bien común? 

Jennifer Doudna, la creadora de Crispr Cas9, un sistema de edición genética revolucionario de sencilla aplicación, se ha vuelto en los últimos tiempos una de las principales difusoras de la necesidad de que su creación se utilice de manera ética.

En una entrevista en ‘La Vanguardia’ realizada el año pasado explicó que, con su técnica, las posibilidades son ilimitadas. Así como podría ser fundamental para la cura de enfermedades como el cáncer, también permitiría el nacimiento de humanos genéticamente modificados. “La genética está lista para hacerlo, pero la ética no”, reconoció la especialista.

De todas maneras, la falta de un debate ético no ha sido obstáculo para su utilización. Hace algunos meses, la propia Doudna había contabilizado la publicación de más de 8.400 ‘papers’ sobre investigaciones que utilizaron la mencionada técnica de edición genética, difundida en 2012.

Con este caso ocurre algo que también puede observarse en el campo de la inteligencia artificial: las regulaciones o los acuerdos éticos llegan después y, en ocasiones, cuando la disciplina que se pretende regular ya evolucionó.

Así, por ejemplo, mientras en algunos países, como en Argentina, no hay total acuerdo acerca del estatus de un embrión humano, y a pesar del limbo regulatorio en el que están inmersos los embriones, los actuales avances permitirían modificarlos genéticamente e, incluso, abren la puerta a la clonación.

En el caso de la inteligencia artificial, por otra parte, los especialistas ya están hablando de inteligencia artificial general, o superinteligencia artificial, una fase más avanzada de la IA en la que las máquinas serían capaces de hacer todo aquello que hace el cerebro humano, pero mucho mejor y mucho más rápido.

La mente y el ‘software’

Cabría sumar el debate sobre si hay diferenciación estricta entre lo humano y lo tecnológico. Así, por ejemplo, empresas como Neuralink y Neurable trabajan proyectos de neurotecnología con la finalidad de poder controlar ‘software’ o artefactos con nuestra mente. 

Algo similar ocurre en el campo de la nanomedicina, con el desarrollo de nanoimplantes con todo tipo de finalidades: desde la reparación de tejido humano hasta la prevención, el monitoreo o el tratamiento de enfermedades.

Pero dado que, como se ha dicho, las instancias de control no siempre logran moverse al compás de los incesantes avances de la ciencia y la tecnología, se vuelve crucial la responsabilidad y el posicionamiento ético de los científicos.

El riesgo de una subespecie

Hay quienes sostienen que no en pocas ocasiones se pierde de vista la dimensión ética en el apuro de generar patentes. Sin embargo, Alberto Kornblihtt, investigador superior del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas de Argentina, opina que “es poco probable que se hagan cosas antiéticas. La actividad está controlada académicamente, pero además uno no trabaja solo en el mundo, sino que pertenece a instituciones donde cualquier cosa que se haga es observada por colegas, discípulos y maestros. Por eso es importante que la ciencia se realice en instituciones certificadas, en lugar de promover leyes que proscriban o limiten la actividad científica”.

Kornblihtt, también profesor titular plenario de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA, tiene una posición muy clara respecto de la técnica Crispr. “Debe ser muy controlada. No estoy de acuerdo con que se modifiquen embriones humanos. En primer lugar, porque los resultados de corregir defectos genéticos en embriones son difíciles de predecir. Puede haber efectos no deseados. Si se llegara a modificar genéticamente un embrión, eso lo heredarían las siguientes generaciones y podría dar lugar a subespecies de humanos con diferencias genéticas heredables que los hagan superiores a otros que no tienen acceso a dicha modificación”, alerta.

El científico de datos Marcelo Rinesi considera que el problema central no radica en lo que hacen o no los programadores que investigan sobre inteligencia artificial, sino, por ejemplo, en que una empresa como Uber ya esté utilizando vehículos autónomos (sin conductor). En relación con el incidente ocurrido en marzo de 2018, en el que un auto de este tipo atropelló y mató a una mujer, el experto, también miembro del Instituto Baikal y director de tecnología del Institute for Ethics and Emerging Technologies, con sede en Estados Unidos, agrega: “El análisis técnico mostró que el auto detectó a tiempo que había algo adelante, aunque no lo identificó como persona. No frenó porque estaba configurado para hacer el viaje lo menos accidentado posible, y lo hizo a costa de la seguridad”.

Si se llegara a modificar genéticamente un embrión, eso lo heredarían las siguientes generaciones y podría dar lugar a subespecies de humanos con diferencias genéticas heredables

El alcance de la ética

Hoy existen, internacionalmente, numerosos protocolos y regulaciones que se aplican sobre todo en las disciplinas más tradicionales. Sin embargo, hay quienes tienen claras objeciones respecto a los supuestos beneficios de la bioética y de la reflexión ética realizada por terceros. Guillermo Folguera, doctor en Ciencias Biológicas y licenciado en Filosofía de la UBA, sostiene: “Después del proyecto Manhattan (que hizo posible la invención de la bomba atómica), no quedaron dudas de que la ciencia genera efectos en la calidad de vida de las personas y del ambiente, por lo que se hizo necesario repensar el lugar del científico y los alcances de su quehacer. Pero el resultado de este proceso fue generar un sistema que tercerizó la pregunta ética y la colocó en el seno de un conjunto de profesionales que, en gran medida, se dedica al armado de leyes y protocolos que regulan la actividad”.

A Folguera no le parece casualidad que la bioética se desarrolle en un contexto, dice, neoliberal. “La ética podría funcionar como freno ante cualquier eventual desbalance. Pero en tiempos en los que uno de los principios rectores de la comunidad es el mercado, solo ciertas preguntas están permitidas”, afirma.

En sintonía con Folguera se presenta Nahuel Pallito, licenciado en Biología y doctorando en Filosofía. En su artículo ‘El espíritu (tecno) científico que convendría evitar y resistir’, escrito en coautoría con Federico Di Pasquo, puede leerse: “Alcanzar el objetivo económico se vuelve una prioridad y entonces las incoherencias, las contradicciones, las tensiones teóricas, las cuestiones éticas y las implicancias sociales, ecológicas y para la salud humana son simplemente dejadas de lado”.

Diferentes actores ponen también el énfasis en la necesidad de organizar esquemas democráticos, participativos, que garanticen la representatividad de todos los actores involucrados a la hora de reflexionar sobre los alcances de determinadas innovaciones.

“La alternativa a este modelo en el que un cuerpo de profesionales regula y, por ende, diluye las responsabilidades individuales requiere fortalecer la democracia –recomienda Folguera–. Abrir el juego e incluir a todas las comunidades implicadas. Sobre todo, a las comunidades no expertas”. Basta con rastrear en la historia del último siglo para comprobar que cada vez que la ciencia o la tecnología se salieron de cauce, fueron ellas, justamente, las más afectadas.